Cuaresma: "Iesu, mitis et humilis corde, fac cor meum sicut tuum". "Jesús, manzo y humilde de corazón. haz mi corazón semejante al tuyo" Mt. 11, 29
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: En este tiempo de cuaresma, pidamos la intercesión Santa María, Madre de Dios para que nos acompañe y guie nuestros perdidos pasos por el camino de la paz y al encuentro con Cristo: camino, verdad y vida.
Al igual que el año pasado, estaré compartiendo todos los días, una pequeña reflexión a cerca del evangelio. He estado y estaré al pendiente de sus comentarios o de lo que puedan aportar para enriquecer esta experiencia de encuentro personal con Dios. Aprovechemos esta oportunidad, este tiempo, para pedirle al Espíritu Santo que dirija nuestros pensamientos y acciones a fin de que sean voluntad de Dios.
Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 16.16-18.
En el evangelio de hoy, esta reflexión esta basada en el mensaje del papa Francisco para la cuaresma 2022, «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9-10a) y como cada año este miércoles de ceniza, Dios nos invita a centrarnos en tres prácticas:
- Oración,
- Dar Limosna (obras de misericordia), y
- Ayuno.
- No nos cansemos de orar. «orar siempre sin desanimarse». Con la pandemia, la violencia generalizada y la guerra, hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Nadie se salva solo; pero sobre todo, nadie se salva sin Dios. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.
- No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que el papa Francisco y la Iglesia nos pide por la paz del mundo en Cuaresma, fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. Dejemos en paz: el celular, la computadora, la tablet, la tv, el radio, en fin, todos los medios de "comunicación" que nos hacen perder el tiempo, que provocan división y enfrentamientos, que manipulan la realidad y que nos distraen de las cosas verdaderamente importantes. Por el contrario, la Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral hecha de «encuentros reales», cara a cara.
- No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría. Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer», nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados.
La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien».
La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día». Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón». En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos para nuestra salvación y la de los demás. Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros, y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos».
Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón»nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.