PASCUA: "Resurrexit sicut dixit, Alleluia". "Resucitó, como lo había dicho, Aleluya".
II DOMINGO DE RESURRECCIÓN: "LA DIVINA MISERICORDIA"
Abran el corazón con alegría, y den gracias a Dios,
que los ha llamado al Reino de los cielos. Aleluya.
Del santo Evangelio según san Juan: 20, 19-31
Segundo domingo de resurrección, dice un canto: "Estamos de fiesta con Jesús, al cielo queremos ir, estamos reunidos en la mesa y es Cristo quien va a servir". Es tiempo de alegría y de gozo en Cristo. Este domingo es llamado el Domingo de la Divina Misericordia porque es lo que Cristo nos ha mostrado con su resurrección y, es misericordia también, lo que quiere que mostremos nosotros con el prójimo porque es uno de los fundamentos, de los cimientos de los cuales se forma nuestra iglesia Católica.
El motivo de nuestra reflexión es a cerca de dos puntos importantes que menciona el evangelio de hoy:
Primero: Cristo, que reviste a sus apóstoles con una gran potestad: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; ya los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
¿Qué tan grande grande es esta potestad y al mismo tiempo responsabilidad para los sacerdotes, que pueden perdonar pecados en nombre de Cristo, mientras que los ángeles no la tienen? Cristo no se queda solo sentado en su trono de gloria y ya, sino que, conociendo nuestras fragilidades, nos ofrece estas instancias, que son fruto de su MISERICORDIA. Esto de perdonar los pecados, aunado a convertir el pan y el vino en el glorioso Cuerpo y la bendita y preciosísima Sangre vivo y resucitado, son potestades majestuosas.
No podemos tapar el sol con un dedo, sabemos que hay sacerdotes y demás consagrados que han abusado de estos poderes. Por su arrepentimiento y conversión sincera debemos orar y que los que sean llamados a comparecer ante la justicia humana, lo hagan. Pero también debemos orar y rezar por los miles y miles de sacerdotes que entregan su vida todos los días, que incluso se meten en problemas de persecución y hasta mueren por predicar el evangelio. Por este sacerdote que no sale en los noticieros pero que te espera en el confesionario para perdonar tus pecados, que va a visitar confesar y ungir a tus enfermos, o que celebran la Santa Misa.
Así que desde el Santo papa Francisco, hasta el que se acaba de ordenar... Oremos un momento por nuestros sacerdotes
Segundo: ¿Dices que estas siempre en busca de la verdad porque no la encuentras, pero te encuentras con Cristo y niegas que sea Él la verdad?. Entonces eres un católico como Tomás: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Más allá que algunos estudios científicos como el de la Sabana Santa revelan pruebas de que Cristo verdaderamente resucitó, nuestra iglesia, sin embargo, no nos obliga a tomar este hecho como base de nuestra fe. El dogma de fe proclamado por nuestra iglesia: Al tercer día después de su muerte, Cristo resucitó glorioso de entre los muertos. “Al tercer día, resucitado por su propia virtud, se levantó del sepulcro”, tiene como base principal las mismas palabras de Cristo: "El Hijo del Hombre debe padecer mucho, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día" (Lc 9, 22), es cuestión primero de fe, pero también se puede demostrar por la razón y el sentido común.
Entonces, en este Domingo de la Misericordia Cristo te invita ser como Santo Tomás, que en un principio tenía su corazón encerrado en sí mismo, pero cuando vio, abrió su corazón y creyó: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Cristo se presenta ante ti vivo, glorioso y resucitado. No pidas razonamientos ni sentido común, solo abre tu corazón y deja que derrame su Misericordia sobre ti en este tiempo de gracia.
Pidamos la compañía de la Madre de Dios y Madre Nuestra:
Dulce Madre, no te alejes
Tu vista de mí, no apartes
Ven conmigo a todas partes
Y solo nunca me dejes
Ya que me proteges tanto
Como verdadera madre
Haz que me bendiga el Padre
El Hijo y el Espíritu Santo.
Amén.