Cuaresma: "Iesu, mitis et humilis corde, fac cor meum sicut tuum". "Jesús, manso y humilde de corazón. haz mi corazón semejante al tuyo" Mt. 11,29.
Él, al mismo tiempo que es El CORDERO DE DIOS, EL PAN QUE HA BAJADO DEL CIELO para darnos la vida eterna, es también EL PELÍCANO INMOLADO, es decir, el SUMO Y ETERNO SACERDOTE. Él, por la fuerza del ESPÍRITU SANTO, ha revestido a unos pocos de entre nosotros como sus servidores y les ha encargado celosamente prolongar este memorial: "Hagan esto en memoria mía" (Lc. 22,19). Por lo tanto, No es otro, ES EL MISMO SACRIFICIO QUE HIZO CRISTO, el que realiza el sacerdote.
Dice el sacerdote en la Santa Misa después de la consagración: "Este es el misterio de nuestra fe". Esto quiere decir que no hay forma razonable, ni científica del porqué en el pan y el vino consagrados está Cristo. ¿Cómo es posible que en la más mínima partícula está todo completo en cuerpo, sangre, alma y Divinidad? Esto lo descubres solo por la fe; poniéndote de rodillas frente al Santísimo Sacramento, callando: mente, boca y, solo contemplando su Divinidad oculta. Después de la Santa Misa lo exponen un rato, NO pierdas de nuevo esta oportunidad de salir con tu corazón lleno de gozo, si lo haces bien, necesariamente saldrás con el deseo de ayudar a quien puedas.
Te adoro
con devoción, Dios escondido,
oculto
verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se
somete mi corazón por completo,
y se
rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan
la vista,
el tacto, el gusto;
pero
basta el oído para creer con firmeza;
creo todo
lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es
más verdadero que esta Palabra de verdad.
pero aquí
se esconde también la Humanidad;
sin
embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido lo
que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás
pero
confieso que eres mi Dios:
haz que
yo crea más y más en Ti,
que en Ti
espere y que te amé.
¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo
que das vida al hombre:
concede a
mi alma que de Ti viva
y que
siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame
a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que
una sola gota puede liberar
de todos
los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego,
que se cumpla lo que tanto ansío:
que al
mirar tu rostro cara a cara,
sea yo
feliz viendo tu gloria.
Amén.
Santo Tomás de Aquino
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