- Oración,
- Dar Limosna (obras de misericordia), y
- Ayuno.
- No nos cansemos de orar. «orar siempre sin desanimarse». Con la pandemia, la violencia generalizada y la guerra, hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Nadie se salva solo; pero sobre todo, nadie se salva sin Dios. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.
- No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que el papa Francisco y la Iglesia nos pide por la paz del mundo en Cuaresma, fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. Dejemos en paz: el celular, la computadora, la tablet, la tv, el radio, en fin, todos los medios de "comunicación" que nos hacen perder el tiempo, que provocan división y enfrentamientos, que manipulan la realidad y que nos distraen de las cosas verdaderamente importantes. Por el contrario, la Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral hecha de «encuentros reales», cara a cara.
- No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría. Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer», nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados.
Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón»nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.